EL GRAN JOSE PIENDIBENE: "EL MAESTRO"
José Antonio Piendibene, nació en Pocitos el 5 de junio de 1890, siendo el menor de los ocho hijos de Don Juan Piendibene y Doña Rosa Ferrari, todos vecinos de Pocitos.
Rubio, alto, flexible, muy pronto irrumpió con destaque. Piendibene debutó el 26 de abril de 1908 con 17 años, pasando de aquel cuadrito "Buenos Aires" al primer equipo aurinegro, como quien dice del campito a su gran Peñarol. Aquella tarde gano éste por 6 a 1 al "French", formando ala con el espectacular Felipe "Ramaseca" Canavessi, porque Piendibene empezo como winger derecho. Rápida y brillante fue su consagración. En 1910 ya era el centre-forward titular de nuestros seleccionados.

José Pinedibene


Se recuerda que en 1911, en un partido ante la selección argentina, Piendibene, por dos veces, dribleó la defensa adversaria, a la carrera, mediante sus amagues precisos y elegantes, debidos a su elasticidad y visión del juego. La aludida zaga la formaban dos notables jugadores: los hermanos Juan y Jorge Brown. Justamente éste, con espontaneidad, admirando el arte de aquellas jugadas que terminaron en goles contra su valla, le abrazó diciéndole: "lo felicito; es usted un verdadero maestro". Desde entonces, y para toda la afición, Piendibene fue el "maestro", el astro máximo de nuestro fútbol.

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JOHN HARLEY: EL TECNICISMO
John Harley, el famoso centro-half fue descubierto por Piendibene. Hallándose éste en pleno encuentro de Peñarol con Ferrocarril Oeste de Argentina, y apreciando la facilidad y eficiencia con que Harley pasaba la pelota dominada a sus compañeros de ataque, hizo que Piendibene sugiriese le invitaran a que por unos meses jugara con los aurinegros.
John Harley, nacido en Glasgow en 1886, tenía apenas 20 años cuando embarcó hacia Buenos Aires, contratado por la empresa del Ferro Carril Oeste y defendió los colores del club de Caballito. En 1909 aceptó venirse a Montevideo, a trabajar en el ferrocarril y jugar fútbol, por unos meses: se quedó para siempre!
Desde filas aurinegras, Harley proporcionó el arte futbolístico de su país para mejorar el nuestro. Aumentó la enseñanza, jugando la pelota a ras del suelo y aplicando el pase certero, evitando el "bombazo" -tan de moda últimamente en el fútbol uruguayo-.

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ISABELINO GRADIN: EL VELOCISTA
Isabelino Gradin debutó en Peñarol en 1915 cuando también irrumpía Antonio Campolo, poco después Roberto Chery. Isabelino se constituyó en el forward de arranque extraordinario, dribleador casi imparable, a la vez con llamativo sentido para el gol. Era volocísimo y llevaba la pelota como pegada a los zapatos; sus esquives le hacían incontenible. Contaba con el apoyo de Piendibene, quien al verle en marcha exclamaba: "¡Entrá Isabelino!...", y el moreno invadía el área como un émbolo; casi al unísono la pelota sacudía la red.

Isabelino Gradin


Como atleta, Gradin fue Campeón Sudamericano de 400 metros, con marca que por años gravitó en las jornadas. Victorioso en Argentina, Brasil y Chile, "O terror das pistas" se le llamó. Original y formidable, inspiró al inolvidable poeta peruano Juan Parra del Riego, el "Polirritmo al jugador de fútbol":
Palpitante y jubiloso
como el grito que se lanza de repente a un aviador
todo así claro y nervioso,
yo te canto, ¡oh jugador maravilloso!
que hoy has puesto el pecho mío como un trémulo tambor.
Agil,
fino,
alado,
eléctrico,
repentino,
delicado,
fulminante,
yo te vi en la tarde olímpica jugar.
Mi alma estaba oscura y torpe de un secreto sollozante,
pero cuando rasgó el pito emocionante
y te vi correr... saltar...

Y fue el ¡hurra! y la explosión de camisetas
tras el loco volatín de la pelota,
y las oes y las zetas,
del primer fugaz encaje
de la aguja de colores de tu cuerpo en el paisaje,
otro nuevo corazón de proa ardiente,
cada vez menos despacio
se me puso a dar mil vueltas en el pecho de repente.

Y te vi Gradín,
bronce vivo de la múltiple actitud,
zigzageante espadachín
del goalkeaper cazador
de ese pájaro violento
que le silba la pelota por el viento
y se va, regresa, y cruza con su eléctrico temblor.

¡Flecha, víbora, campana, banderola!
¡Gradín, bala azul y verde! ¡Gradín, globo que se va!
Billarista de esa súbita y vibrante carambola
que se rompe en las cabezas y se enfila más allá...
y discóbolo volante,
pasas uno...
dos...
tres... cuatro...
siete jugadores...

La pelota hierve en ruido seco y sordo de metralla,
se revuelca una epilepsia de colores
y ya estás frente a la valla
con el pecho... el alma... el pie...
y es el tiro que en la tarde azul estalla
como un cálido balazo que se lleva la pelota hasta la red.
¡Palomares! ¡Palomares!
de los cálidos aplausos populares...
¡Gradín, trompo, émbolo, música, bisturí, tirabuzón!
(¡Yo vi tres mujeres de esas con caderas como altares
palpitar estremecidas de emoción!)
¡Gradín! róbale al relámpago de tu cuerpo incandescente
que hoy me ha roto en mil cometas de una loca elevación,
otra azul velocidad para mi frente
y otra mecha de colores que me vuele el corazón.

Tú que cuando vas llevando la pelota
nadie cree que así juegas;
todos creen que patinas,
y en tu baile vas haciendo líneas griegas
que te siguen dando vueltas con sus vagas serpentinas.

¡Pez acróbata que al ímpetu del ataque más violento
se escabulle, arquea, flota,
no lo ve nadie un momento,
pero como un submarino sale allá con la pelota...!

Y es entonces cuando suena la tribuna como el mar:
todos grítanle: ¡Gradín!, ¡Gradín!, ¡Gradín!
Y en el ronco oleaje negro que se quiere desbordar,
saltan pechos, vuelan brazos y hasta el fin
todos se hacen los coheteros
de una salva luminosa de sombreros
que se van hasta la luna a gritarle allá: ¡Gradín!, ¡Gradín!, ¡Gradín!


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PEDRO YOUNG: EL TIGRE
Había llegado a Montevideo a fines de 1931, a resolver un problema de su ocupación en Mercedes en un dispensario del Ministerio de Salud Pública. Ello propició la oportunidad para probar sus condiciones de shoteador, en Central. Brindó allí una demostración contundente. Esa misma tarde, don Alberto Caballero lo llevó a la Asociación Uruguaya para registrar pase al Central F. C. Le votaron un premio de dos pesos con cincuenta centésimos. Es de imaginar que la situación que preocupaba a Young no está resuelta. De Mercedes llegaron referencias a Peñaro. Deseaban que el "Tigre" siguiera vistiendo la casaca aurinegra, como en sus pagos. Tuvo otros contactos, y el goleador de Soriano volvió a la Asociación para renunciar a su transferencia a Central, aprovechando el advenimiento del régimen profesional, e incorporarse en definitiva a Peñarol.

Poco pudo mostrar en 1932. Una lesión de tobillo lo mantuvo largo tiempo inactivo. Después al lado de Peregrino Anselmo y Luis Mata, más adaptado al ritmo de la competencia capitalina, comenzó a resplandecer. Su debut se recuerda en "el partido de la escoba de quince". Los implacables cracks aurinegros convirtieron 9 goles a la reserva y 6 al primero de Defensor.

Pedro Young, el día que la dejó "colgada"
en el arco de Nacional


Desde aquel día, en cada etapa aumentó vertiginosamente el prestigio del cañonero, hasta que una tarde se encontraron frente a frente, el invicto golero de Nacional, Eduardo García y el "Tigre" Juan Pedro Young. Peñarol estaba en inferioridad numérica, cuando Young roba una pelota, encaminándose hacia el área tricolor, se aproxima a Nasazzi, y lanza un derechazo infernal. Guía el impacto cerca del poste derecho de la valla de García. Como por arte de magia, como si la hubieran escamoteado, la pelota no se ve. Se produce casi un suspenso. Pero ahora se percibe. Está dentro de la valla aprisionada como atada a uno de los soportes. La dejó colgada! Los peñarolenses estallan. García, que ya no es invicto se incorpora, Nasazzi le grita, "no la saques". Un Comisario que estaba detrás, como piadosamente empuja con la vaina de su espada la pelota, que cae de aquella posición.

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OBDULIO JACINTO VARELA: EL GRAN CAUDILLO
El Negro Jefe, capitán del equipo Campeón Mundial de 1950, nació en 1917. Surgió en Deportivo Juventud (1936) y se incorporó a Wanderers de inmediato. Pasó a Peñarol (1943) y allí jugó hasta su retiro en 1955.
Observador profundo, estudioso intuitivo, detallista sin proponérselo, sagaz sin que sepiera calibrar que era eso. Incisivo, oportuno y en muchas cosas introvertido. Arcilla natural, noble y la mano hábil de la vida modelándola hasta ver su obra expuesta en atributos inestimables para ser caudillo en fútbol. Un concepto muy suyo de acontecimiento o hechos. Una forma de ver cómo los demás no quieren o no saben. Un arraigo profundo a sus convicciones, una trampa que él mismo se tiende si entra en el juzgamiento de los demás. Por eso alguna vez se quizo imponer silencio definitivo, tal vez en la comprobación de errores propios o decepciones que los otros le regalaron sin su pedido. Quiso decir adiós a sí mismo, sin despedirse de esos otros porque intuyó el engaño, porque comprobó falsedad, inconstancia, podredumbre de almas que había creído sin sospechas de dobleces. Tal vez, en el fracaso de la intentona suicida, vino el reencuentro con su coraje y el estímulo para seguir. Hasta la partida anónima hacia la orilla de enfrente a hacer equilibro entre los andamios de una construcción, cuando aquí (1948, dos años antes de salir campeón del mundo) la profesión futbolera tenía protesta de huelga. Sin decir nada. Igual que cuando se acerco a la orilla del muelle.
Obdulio Jacinto Varela


Sobre Obdulio se ha escrito mucho, por lo tanto aca dejaremos alguans notas aisladas, que ilustran la magnitud de este grande, entre los grandes, del fútbol ya no solamente uruguayo, sino mundial.

Un sábado alguien ubicó a Obdulio y lo citó para un café. Le ofreció $3.500 (un dineral para la época) por "ir a menos" al día siguiente. Obdulio tomó el dinero y lo depositó en manos del dueño del café. Fue a entrevistar al presidente de Wanderers (cuadro en el que jugaba en ese momento) y le relató lo sucedido.
- Póngame si quiere. Pero yo prefiriría no jugar. Si ando mal ¡las cosas que van a decir!
- Te conocemos. No hay ningún problema. Jugás vos -contestó el presidente-.
Wanderers ganó 1-0.Cuando terminó el partido, Obdulio le pidió $0,10 para el tranvía.

Frente al estupor de doscientas mil personas -multitud jamás reunida para presenciar un partido de fútbol- cuando la pelota de Friaça llegó a la red a los cinco minutos del segundo tiempo en la final de la Copa del Mundo de Maracaná, 1950, Obdulio la tomó debajo del brazo y fue hasta donde estaba el línea, persiguió al juez inglés, pidió un intérprete, hizo ademanes "protestando" una presunta irregularidad en el gol, que él sabía "era flor de gol". Los cohetes y las palmas y los gritos fueron haciéndose cada vez más espaciados hasta silenciarse aquel mar humano: era lo que Obdulio se proponía. Le confió a Victor Rodríguez Andrade:
- Esperá. No la muevan. Voy a protestar y vas a ver que cuando vaya al medio esto es un cementerio.
Fue así, exactamente así. Obdulio consiguió elevarse sobre doscientas mil personas y crear la gran duda colectiva. La misma que usufructuarían primero Schiaffino y después Ghiggia, para lograr la más grande victoria de todos los tiempos en una final de un Campeonato del Mundo, en el que el locatario Brasil, con un empate lograba el título.

En 1942, una año antes de pasar a Peñarol, jugaba un partido contra los aurinegros, que ganó Wanderers 2 x 0. Obdulio era el capitán y sus protestas habían colmado la paciencia de Anibal Tejada, juez del partido. En cierto momento un jugador aurinegro hizo un violento foul y allá corrió Obdulio. Tejada pensó que venía a protestar y lo encaró...
- Vengo a rogarle que si algún jugador de mi cuadro hace un foul así, lo eche de inmediato!
Fue la imprevista salida de Obdulio, que Tejada recordaba años después...
- No tuve más remedio que reírme.


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